Por Elsa Claro
Bien puede ser una falsa
alarma, pero no se debe pasar en puntillas sobre el anuncio circulado por el
presidente checo Milos Zeman, quien hizo público el deseo de realizar en su
país un referéndum similar al que recién
concluyó en el Reino Unido. Es más, también incluyó a la OTAN en una posible
consulta que si bien de momento no tiene bases constitucionales para ser convocada,
tampoco es de esas cosas imposibles de ejecutar.
¿Sería la siguiente pieza en
caer? Coincidiendo con esa formulación, el ministro de gobierno húngaro János
Lázáz dijo en Budapest que si bien no
coincide con quienes desean separarse del Pacto Comunitario, considera adecuado
que se consulte a la población sobre esa posibilidad.
Como no se puede pactar con
el Diablo mientras se hacen ruegos a Dios, estas declaraciones no parecen
inocentes, aunque sí tan confusas como los contrasentidos que se emiten desde
Londres tras el batacazo del 23 de junio.
Boris Johnson, ex alcalde de
la capital británica, uno de los impulsores del Brexit y quien se suponía iba a
hacerse cargo de conducir al país hacia sus nuevas vertientes, anunció que no pretendía ocupar esa
responsabilidad y, según lo dicho por otros cófrades, casi todos desisten de
los argumentos empleados para justificar el pedido de marcharse del grupo integracionista.
Aparece, además, un
“espontáneo” en el ruedo. El ministro británico de Justicia, Michael Gove, uno
de los muchos conservadores, miembros del propio gabinete de Cameron que hizo
campaña por dejar la UE.
Ante la renuncia de Johnson,
decidió proponerse para la elección interna de los tories que buscan el puesto
de jefe de la derecha tradicional y convertirse en primer ministro, en
septiembre.
"Podemos hacer que este
país sea más fuerte y más justo. Tenemos una oportunidad única de superar las
divisiones, darle a todos una participación en el futuro y ser un ejemplo como
uno de los países más creativos, innovadores y progresistas del mundo", afirmó.
Hay
además dos mujeres. Una pro UE a
quien comparan con Margareth Thatcher, aunque Therese May, así se llama, afirma que si
logra el poder, pondría en vigor un
“programa radical de reformas sociales”, buscando que Gran Bretaña sea “un país
que no solo funcione para los privilegiados, sino para todos”. Ese lenguaje,
más parecido al de los laboristas, no cuadra con la imagen de una nueva Dama de
Hierro, aunque así la están denominando. La otra candidata es una ex banquera. Se
llama Andrea Leadsom y se desempeña como
ministra de Energía. Estuvo junto a Boris Johnson en la campaña por Brexit. Se le
tacha de racista.
Los otros dos aspirantes son Stephen Crabb, ministro de Trabajo y
Pensiones que hubiera preferido la permanencia en la UE. De origen escocés, promueve
la unidad de los países que conforman el Reino Unido, asociación que se
tambalea tras la consulta popular. Por último, está Lian Fox, partidario del
brexit y quien fuera ministro de Relaciones Exteriores en el gabinete Cameron
en 2010, pero tuvo que renunciar al puesto tras descubrirse sus vínculos con un
funcionario que hacía lobby para la industria armamentista.
Cualquiera de estos
personajes puede mantener las líneas de acción básicas establecidas por el premier renunciante.
Aunque se hace constante referencia a la tormenta política (que sí transcurre,
pero dentro de marcos de la proverbial flema británica) y a la posible huracanada económica que salir
de la Unión Europea implica, muchos creen que hay tiempo sobrado por delante
como para que nada demasiado esperpéntico suceda.
A partir del momento en que
se invoque el artículo 50 del tratado de la UE haciendo oficial el mutis, habrá
unos dos años para dibujar la trayectoria y vericuetos por donde transitará el Reino
Unido en lo que respecta a desmontar los nexos con Bruselas y sustituirlos por las
coordenadas que se acuerden.
Los agraviados líderes europeos,
en la cumbre extraordinaria realizada con este único asunto en agenda, le
trasladaron a Cameron que la aspiración de acceder al mercado único tiene como prerrequisito que acepten la libre circulación de bienes, personas,
servicios y capitales. Paradójicamente, es lo mismo, solo que al no ser
miembro pierden el derecho a opinar o decidir.
La era en que Londres presionaba a los restantes
miembros de la UE, casi siempre con éxito, parece concluir. Se
excluyeron del euro. Lograron quedar fuera
de
la regulación bancaria cuando el Pacto creó un impuesto a las transacciones
financieras y también de la financiación del fondo de rescate permanente en
Europa. Ídem con respecto a limitar las bonificaciones para los dirigentes bancarios.
La excepcionalidad
por excelencia que suele ponerse de ejemplo, fue la lograda por la Thatcher a mediados de los 80, con la compensación –el llamado “cheque británico”-
que le otorgan al Reino Unido por gastar
poco de los fondos destinados a subvencionar la producción agrícola en la UE.
Toda causa
tiene efectos y este tema no será una excepción, incluyendo otras deserciones o
que otro de los actuales 27 aspire a que les otorguen ventajas como las
disfrutadas por un Reino Unido que puede dejar de serlo en cualquier momento,
si no tienen mucho cuidado.
(Publicado en la pág. Web de Radio Progreso)
(Publicado en la pág. Web de Radio Progreso)
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