Por Elsa Claro
Parafraseando al poeta T. S.
Elliot, julio ha sido un mes cruel. A los atentados de Niza le siguieron los
perpetrados en Alemania y aunque con menos publicidad y lamentos, también
ocurrieron hechos similares en Pakistán Turquía, Irak y la martirizada Siria.
Los datos aportados indican que el terrorismo tiene tenebrosas ramificaciones.
Quizás con una nueva y macabra estrategia, pero al propio tiempo, se descubre
que esos lobos solitarios casi siempre tienen detrás o adentro, motivaciones de otra naturaleza y no solo fe
ciega y tergiversados motivos confesionales.
La discriminación, la falta
de oportunidades en países opulentos, la pérdida de status social provocada por
el mal manejo de la crisis, se unen, o actúan por separado, con trastornos mentales
y, eventualmente, con la permitida propaganda de odio e intolerancia étnica, de
raza o género. Un coctel explosivo que potencia su peligrosidad si se le añaden
unas gotas de factores religiosos mal digeridos y muy a propósito para exaltar
ánimos enfermos.
Falsas soluciones. Tan
carentes de fundamento como las estrategias que solo prevén las medidas
policiales, sin ir a la esencia del o de los problemas. Cuando a ello se une la
ausencia de políticas bien coordinadas entre países y cada cual tira por su
lado, pero no parejo, el fracaso está servido.
Hasta tanto no se unan fuerzas que empujen al unísono
hacia un objetivo único: eliminar el terrorismo, este siempre encontrará
adeptos, asideros, justificantes.
Si de igual forma cada estado
no se detiene a sopesar sus debilidades, los trasfondos que dan pie a hechos
tan horribles e inaceptables, seguirán diluidas las culpas y las soluciones permanentes.
Véase que Estados Unidos registra cada
año más de 10 000 asesinatos intencionados. Aparte de los consabidos
dilemas raciales, deberían averiguar qué les ubica en la cima de ese fenómeno.
Ampliando el
espectro de un posible estudio, pudiera plantearse, junto al columnista ibérico
Jordi Calvo Rufanges, que si en “gabinetes, comisiones y grupos de crisis y de
lucha antiterrorista” no se preguntaron nunca en qué medida tanto el modelo de
desarrollo como el de convivencia están mal diseñados, no funcionan, generan
demasiados desniveles humanos, más intolerancia y violencia.
“¿No piensa nadie –explica- que lo que está ocurriendo ahora
sea resultado de un aumento de la opción de recurrir a la violencia en nuestra
sociedad? Resultado a su vez de la expansión de una cultura extremadamente
violenta, desde los discursos oficiales las acciones de gobiernos, ejércitos y
estructuras militares, hasta la promoción de la violencia con videojuegos y
demás mecanismos de naturalización de la violencia, pasando por un
relativamente fácil acceso a conseguir armas legal o ilegalmente”.
También para el experto en
asuntos de defensa, el británico Peter Rogers, la desigualdad es un germen
principalísimo entre los que provocan estos estigmas. Pluralizo porque los
crímenes de perturbados con razones individuales son harto frecuentes como para
no darse cuenta de que constituyen por sí solos un dilema a solucionar.
Si al terrorismo hay que cortarle
toda raíz, también es preciso ponerle
coto a cuanto desde los estados, hacia dentro o contra otros, fabrica
criminales que ven una solución en lo que nada resuelve.
Seria hora, seguro, de
convocar a un serio debate internacional y con la imprescindible honestidad,
sin segundas y total desprejuicio, plasmar verdades y emprender soluciones. (publicado en https://www.facebook.com/A-Primera-Hora-Revista-Informativa-De-Radio-Progreso)
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